¿Recuerdas lo que Jesús dijo acerca de la mujer sorprendida en adulterio? «Por lo cual te digo que tus pecados, que son muchos, han sido perdonados, porque amó mucho; pero a quien poco se le perdona, poco ama» (Lucas 7:47). Si yo, como Pablo (y como David y Spurgeon…) reconozco la inmensidad de mi pecado, viéndome como el peor de los pecadores, entonces reconozco que se me ha perdonado mucho. Allí es donde la realidad bíblica empieza a tener sentido. Empiezo a ver a Dios como realmente es. Su inmensidad se vuelve más grande que mis problemas. Su bondad viene a mi aunque yo no sea bueno. Y por su dabiduría y su poder son visibles en las manera perfectas en que Él obra para transformarme desde dentro hacia afuera.
Así que nuestro pecado -el mío y el suyo- es indeciblemente feo. Es vil; es perverso. Pero a la vez provee el fondo para un drama mayor. Seremos obras en proceso, tristemente propensos a pecar, sin embargo podemos ser obras gozosas, porque -gracias a Dios- hemos sido redimidos por gracia a través de la muerte y resurrección de Cristo. Nuestros salvador ha venido a rescatarnos de la pena del pecado y a otorgarnos una vida en abundancia por medio del Espíritu.
Cuando dos personas casadas abrazan esta perspectiva de la realidad, y viven en acuerdo con ella, sus vidas y su matrimonio comienza a verse más y más como la imagen que Dios quiere mostrarle a un mundo perdido. Hasta que el pecado sepa amargo, el matrimonio no podrá ser dulce.
Tomando del libro Cuando Pecadores Dicen Acepto, de Dave Harvey.