Creemos que el servicio genuino involucra servir impulsados por la conjunción de los siguientes componentes:
En primer lugar, servimos genuinamente cuando buscamos la gloria de Dios y no la admiración de los hombres. Lucas 22:24 dice: “Se suscitó entre los discípulos una pelea, sobre cuál de ellos debería ser considerado como el mayor”. Pasajes como estos nos confrontan. Los doce están peleando por identificar quién de ellos merecería ser considerado como el mejor. La evidencia que cada uno presenta es su servicio. “Yo merezco esa posición como resultado de lo que yo he hecho. Yo quiero ser más importante que vosotros, porque yo he realizado un trabajo más importante que ninguno”. Utilizar el servicio hacia los demás como medio para elevar nuestra autoestima o sentirnos bien con nosotros mismos es un peligro mucho más común de lo que pensamos. Pero observa un detalle que nos deja Lucas. Según el versículo anterior, son tan ciegos a su idolatría que unos minutos antes estaban discutiendo por quién de ellos los iba a entregar. ¿Te das cuenta lo que está sucediendo? En el versículo 23 discuten por ver quién es el peor y en el versículo 24 discuten por ver quién es el mejor. Así de egocéntrico, orgulloso y ciego es el corazón de estos hombres; pero así de egocéntrico, orgulloso y ciego es el corazón de todos los hombres. Podemos, en cuestión de segundos, estar considerando si somos los peores y, unos minutos después, estar considerando si somos los mejores.
Nuestros tres primeros valores nos ayudan a enfocarnos en lo que se enfoca Jesús. No en el servicio en sí, sino en el por qué servimos. Estos incidentes que registra la Biblia no fueron escritos porque solo los discípulos tenían esa lucha y nosotros no (Después de todo, estamos hablando de algunas de las personas más consagradas que hayan vivido). Estos incidentes fueron escritos porque nosotros necesitamos examinarlos y aprender de ellos.
Nota, además, que la competencia entre los discípulos generó una pelea. Es decir, ninguno de ellos estuvo dispuesto a ceder ni a soltar su deseo de prestigio y admiración hasta que Jesús intervino. Así de profunda era su lucha y así de profunda es la nuestra. Sin la ayuda de nuestro Salvador, seguiríamos ciegamente compitiendo.
Tim Keller acertadamente afirma:
“¿Por qué la gente se dedica al ministerio? ¿Por qué la gente sirve? Por motivaciones nobles, ¿no? Hace unos años leí esta cita de Charles Spurgeon en un libro para estudiantes que se preparaban para el ministerio: “No prediques el evangelio para salvar tu alma”. Tenía alrededor de veinte años por aquel entonces y recuerdo que pensé: “¿Qué tipo de idiota intentaría salvar su alma predicando el evangelio?” Sin embargo, unos años después de trabajar en el ministerio, te empiezas a dar cuenta de que si la iglesia va bien, crece y le caes bien a la congregación, te sientes muy bien (desproporcionalmente bien), y si la iglesia no va bien y no le caes bien a la gente, te sientes increíblemente mal (desproporcionalmente mal). Y eso es porque estás trabajando de afuera hacia adentro. Has asumido: “Si le caigo bien a la gente y dicen: “¡Cuánto me has ayudado!”, entonces Dios me amará y me amaré a mí mismo, y esa sensación de intrascendencia, de impureza, desaparecerá. Pero no desaparece”.
El servicio genuino se fundamenta en examinar nuestras motivaciones para darnos cuenta a quién realmente estamos amando al hacer lo que hacemos. Dios valora su gloria por encima de cualquier cosa. Es decir, Dios valora que lo valoremos. Dios quiere que el servicio a otros encuentre su motivación en que estamos completamente deslumbrados y admirados por todo lo que Él ha hecho por nosotros. Como nos muestran los discípulos, cuando externamente servimos a otros, pero internamente estamos sirviendo a nuestro ego, se pone en evidencia lo que nuestro ser interior realmente valora: nuestra reputación y los beneficios que el servicio nos trae. Es decir, nuestra propia gloria, no la de Él.
Para servir a Dios como él quiere, debemos estar disfrutando a Jesús por encima de cualquier beneficio que el servicio pueda proporcionarnos. El gozo de nuestra salvación tiene que ser tan real y cercano, que cualquier reconocimiento y/o privilegio que pueda proporcionar el servicio nos lleve a ser más humildes aún. La humildad verdadera (que es lo opuesto a buscar nuestra gloria), no es pensar poco de nosotros. La humildad verdadera es pensar menos en nosotros y más en lo que Cristo ha hecho por nosotros. ¡Esto es lo que le trae gloria a Dios! ¡Qué disfrutemos su obra! (Efesios 2:10).
Tenemos que interiorizar un concepto muy importante: servir de esta forma no es normal; servir de esta forma es algo sobrenatural. Todos, aunque muchas veces no lo veamos, servimos con un gran porcentaje de motivaciones egocéntricas (A veces lo hacemos por querer quedar bien, otras por no sentirnos mal con nosotros mismos y tapar la culpa, otras para obtener algún tipo de ganancia financiera y un sinfín de razones más). Servir genuinamente es algo que sólo Dios puede hacer en nosotros a medida que Él se transforma en nuestra razón de vivir y en aquello que más disfrutamos en la tierra. ¿Entiendes la paradoja? Sólo cuando me doy cuenta que no suelo servir de esta forma, es cuando puedo comenzar a hacerlo. Sólo cuando estoy dolido porque no lo vivo, es cuando puedo comenzar a vivirlo. ¿Por qué? Porque, como veremos en el punto que sigue, sólo quien es consciente que no tiene poder para servir como Dios quiere, es consciente que necesita el poder del Espíritu Santo para hacerlo.
En segundo lugar, servimos genuinamente cuando lo hacemos a través del Espíritu Santo y no con nuestras fuerzas. Este aspecto del servicio quizás sea el más conocido y el menos experimentado. Sabemos sobradamente que debemos usar el poder del Espíritu para servir a otros, pero no sabemos concretamente cómo apropiarnos de ese poder en nuestra vida diaria. ¿Qué significa servir con su poder? ¿Cómo puedo hacerlo? Como expresamos arriba, el primer paso para servir llenos del Espíritu de Dios es estar vacíos de nosotros. Pero, ¿cómo hacemos esto? La respuesta se encuentra en nuestro primer valor, experimentando el evangelio. Piénsalo de esta forma. ¿Qué tenemos que hacer para ser salvos? Primero, tenemos que aceptar nuestro pecado. Luego, reconocer que nuestras obras no nos pueden salvar. Y, finalmente, confiar en la cruz de Cristo y recibir por fe el regalo del perdón. Como consecuencia de esto, recibimos (por primera vez) el regalo de la presencia del Espíritu en nuestra vida. Algo similar sucede con la llenura del Espíritu. ¿Qué tenemos que hacer si queremos ser llenos del Espíritu? Primero, reconocer que estamos llenos de nosotros mismos (es decir, que nuestras motivaciones para servir son mixtas y que tenemos enormes problemas de egoísmo y orgullo oculto). Segundo, que no tenemos las fuerzas para servir (o vivir) de la manera que Dios espera (para su gloria y no para la nuestra). Finalmente, confiar que la obra de Cristo (no sólo es capaz de salvarme sino que también) es capaz de cambiarme (Efesios 1:18-20). Como consecuencia de esto, el Espíritu Santo (que estaba ocupando un lugar muy limitado del corazón- el término bíblico es “entristecido”-) vuelve a sentirse en casa en nuestro corazón y nos da el poder, la motivación y la energía para hacer cosas por otros que nosotros jamás haríamos.
Piénsalo un momento. ¿Qué es una persona espiritual? Probablemente, la respuesta más común a esta pregunta sea alguna de estas (u otras) opciones. Una persona espiritual es alguien que diariamente lee su Biblia y ora. Alguien que sirve a otros. Alguien que asiste fielmente a su iglesia, que se preocupa por su comunidad, que evangeliza, que ama al prójimo. Ninguna de éstas, ni de muchas otras, es la respuesta correcta. Una persona espiritual es una persona en la que se está manifestando el Espíritu. Como hemos visto anteriormente, todas las cosas mencionadas arriba pueden ser hechas sin el Espíritu de Dios. Todas ellas pueden ser hechas de manera carnal. Ser alguien espiritual no tiene que ver (principalmente) con lo que la persona hace, sino que tiene que ver con cómo la persona hace lo que hace. Con sus fuerzas o con las del Espíritu de Dios (Gálatas 3:3). Como dice Jonathan Edwards: “La principal razón por la cual las Escrituras llaman espirituales a los cristianos y a sus virtudes es esta: El Espíritu Santo dentro de los cristianos produce resultados acordes con la naturaleza verdadera del Espíritu mismo”.
En 1 Pedro 4:11 dice que “el que sirve debe hacerlo según la fortaleza que Dios da”. Esto significa que cualquier cosa que hagamos para servir a Dios y a otros debe ser hecha por medio de la energía y habilidad que Dios da. Comprender este concepto es absolutamente esencial. ¿Por qué? Porque corrige una concepción moralista muy común en nuestras iglesias (¡Así que presta atención!). Si es verdad que el Espíritu hace estas cosas en nosotros, cada vez que servimos a Dios no le estamos “devolviendo” o “pagando” a Dios por lo que Él ha hecho por nosotros, cada vez que le servimos o hacemos su voluntad estamos obteniendo más gracia de parte de Él. Piénsalo un momento. ¿Quién nos está cambiando? ¿Quién nos está librando de nuestra miseria? ¿Quién transforma nuestro corazón egoísta en un corazón que encuentra placer en amar a otros? ¿Quién nos da poder para obedecerle? ¿Quién responde nuestras oraciones cuando lo necesitamos? ¿Quién está con y en nosotros cuando evangelizamos? ¿Quién nos da gozo y llenura espiritual cuando le servirnos? ¿Quién nos capacita con dones sobrenaturales? ¿Quién nos da su Espíritu? Debemos mirar la vida con los lentes correctos. Vivir día a día en Cristo a través de su Espíritu nos hace cada vez más deudores; mucho más que el día en que nos convertimos. Cuando hacemos algo que jamás hubiéramos podido hacer con nuestras propias fuerzas, ¡estamos recibiendo más gracia de parte de él! No; la vida cristiana no se trata de lo que nosotros podemos hacer por Dios, sino de lo que Él puede hacer en y por nosotros. El evangelio nos recuerda que fuimos salvos por gracia, somos hechos santos por gracia y servimos por gracia. Como dice Pablo en 1 Corintios 15:1 “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no resultó vana; antes bien he trabajado mucho más que todos ellos, aunque no yo, sino la gracia de Dios en mí”. Nuestra tarea principal no es esforzarnos por servir, nuestra tarea principal es darnos cuenta que no podemos servir, de modo que nos situemos en un estado donde nos damos cuenta que lo que necesitamos es recibir (Juan 15:5).
Como lo expresamos en el primero de nuestros valores: la vida cristiana no es difícil de vivir, la vida cristiana es imposible de vivir. ¡Lo mismos sucede con el servicio! El servicio cristiano no es difícil de vivir, el servicio cristiano (genuino) es imposible de vivir. Sólo cuando nos apropiamos de esta verdad, y descansamos en lo que Dios puede hacer por nosotros y a pesar de nosotros, es cuando Espíritu Santo verdaderamente nos llena. Como dijo Pablo en 2 Corintios 4:7: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la extraordinaria grandeza del poder sea de Dios y no de nosotros”.
En tercer lugar, servimos genuinamente cuando utilizamos con alegría los dones y talentos que se nos han dado. 1 Pedro 4:11 dice: “Según cada uno ha recibido un don especial, úselo sirviéndoos los unos a los otros como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios”. El mandato de Pedro no demanda demasiada explicación. Todos tenemos dones y talentos y todos debemos usar nuestros dones y talentos. Después de todo, ¡si estamos disfrutando de Jesús también disfrutaremos de servir como él lo hizo!
Sin embargo, alguno podría preguntar: ¿cómo encaja el concepto bíblico que Dios se vale de nuestros talentos y habilidades con la idea de que somos usados por gracia a través de su Espíritu? Para responder esta pregunta debemos recordar una importante verdad. El Espíritu de Dios no es un poder, el Espíritu de Dios es una persona. Las implicaciones de esta verdad son enormes. Para hacer lo que no puedo necesito poder, pero para hacer lo que no puedo Dios no me llena de “energía” (como si el Espíritu fuera una batería). Para hacer lo que no puedo Él se da a sí mismo. ¡Entender esto es esencial! Dios está dentro de mi corazón y es capaz de usar “lo que allí encuentra” (mis talentos, dones y habilidades) de cualquier manera. Como hemos dicho arriba, el llamado de Dios (a servirle) no es difícil, el llamado de Dios es imposible. Esto quiere decir que no se basa en mis talentos y habilidades para servirle, se basa en Su capacidad para usarme. Por supuesto que la forma normal de Dios es usarnos a través de aquello que Él mismo nos ha dado (nuestros dones, inteligencia y capacidad), pero no son éstos lo que realmente producen los cambios; es Él. La mejor analogía para entender esta dinámica es vernos a nosotros mismos como herramientas. Imagínate por un momento que eres un martillo, una tenaza o un destornillador. ¿Puedes hacer algo por ti mismo? ¡Claro que no! Necesitas un par de manos que hagan lo que tú jamás podrías hacer. ¡El Espíritu de Dios son esas manos! Él nos usa, ¡por supuesto! Pero el que produce cualquier tipo de servicio genuino es la gracia de Dios a través de nuestra vida. Como dice Pablo en 1 Corintios 3:6,7: “Yo planté, Apolos regó, pero Dios ha dado el crecimiento. Así que ni el que planta ni el que riega es algo, sino Dios, que da el crecimiento”.
Comprender que somos usados por gracia tiene enormes implicaciones. Por un lado, nos libera del orgullo de creer que somos algo, pero, por el otro, nos libera de la falsa humildad de creer que no podemos ser usados. Creer que “Dios no me puede usar” no es humildad, es “orgullo escondido”. Ser humilde no es hablar mal de mí. Ser humilde es hablar correctamente de mí. Si alguien me pregunta en qué trabajo y digo que soy el CEO de una compañía y no lo soy, eso es ser hipócrita y orgulloso. Pero si alguien me pregunta en qué trabajo y digo que soy el CEO de una compañía y verdaderamente lo soy, eso es simplemente decir la verdad. Nadie que comprenda correctamente el evangelio puede decir que no tiene nada para dar. Somos lo que somos por gracia. Tenemos lo que tenemos por gracia. En el reino de Dios no hay nadie que no tenga el Espíritu de Dios (Romanos 8:9), por lo tanto todos tenemos algo para aportar y ¡mucho! (¡El Espíritu de Dios vive dentro de mí!). Afirmar que no tengo nada para dar no es humildad, es orgullo. Es mirarme a mí mismo, evaluarme a la luz de lo que yo puedo dar y desilusionarme porque no tengo nada para aportar. El evangelio genera una nueva identidad en nosotros. Una identidad basada no en lo que nosotros podemos hacer, sino en lo que Él ha hecho y es capaz de hacer por nosotros. Todos tenemos algo para aportar. No negamos nuestros dones y talentos, pero no dependemos de ellos. Los reconocemos y los usamos con enorme alegría, porque nos enfocamos en ver las manos de quién realmente está obrando.
En cuarto lugar, servimos genuinamente cuando lo hacemos de forma sacrificada y sin esperar nada a cambio.El chico enamorado (aunque casi no tiene dinero), le compra flores y bombones a la chica de sus sueños. El hombre que disfruta el fútbol (aunque no gana mucho en su trabajo), se abona a la tele de pago para poder ver sus partidos. La mujer que ama su imagen (aunque tenga que usar su tarjeta de crédito), gasta bastante dinero en ropa. Como hemos visto anteriormente, ¡amar algo te vuelve alguien muy activo y te mueve a hacer (con gusto) grandes y pequeños sacrificios! Pero, ¿qué pasa si no tengo ganas de servir? ¿Qué debemos hacer cuando el deseo de servir y hacer sacrificios por otros no está presente? Como hemos preguntado antes: ¿qué me recuerda el evangelio? En primer lugar, me recuerda que tengo un problema mucho más profundo que simplemente mi falta de deseos por servir. Mi problema más grave es que no tengo deseos por Cristo. Si realmente estuviera disfrutando el sacrificio que él hizo por mí, estaría más que dispuesto a hacer sacrificios por otros. Entonces, ¿cómo recuperamos nuestra pasión para amar a otros? Recuperando la noción de cuán apasionadamente somos amados. Éste fue exactamente el énfasis de Jesús. En Lucas 7:47 el afirma: “A quien poco se le perdona, poco ama”. Es decir, si quiero crecer en mi capacidad para amar y servir a otros, necesito volver a asombrarme por todo lo que constantemente se me perdona. Según lo muestran las palabras de Jesús, el énfasis no está en esforzarme por hacer lo que no quiero. El énfasis está en esforzarme por ver lo triste de mi condición y lo increíble del amor de Dios a pesar de ésta. Piénsalo un momento. Cuando lees la historia del fariseo y la mujer pecadora, ¿con quién te identificas? ¿Con el fariseo que ama poco y no es consciente de su necesidad de perdón? O, ¿con la mujer pecadora que ve su pecado y ama con pasión? Lo más normal es que lo hagas con la mujer pecadora; sin embargo, ¿alguna vez te pusiste a pensar que el objetivo de la historia es exactamente al revés? ¿Alguna vez te pusiste a pensar que Jesús contó esa historia justamente para que nos viéramos reflejados con el fariseo y que, LUEGO de sentir convicción por ser como él, nos demos cuenta que necesitamos el perdón que recibió la mujer pecadora? ¿Alguna vez te pusiste a pensar que no amas porque (como el fariseo) no ves tu necesidad de perdón? ¿Alguna vez te pusiste a pensar que sólo cuando lo veas serás capaz de amar con la pasión y el sacrificio con el que amó ella? Permite que la mujer pecadora te instruya. El servicio sacrificado es el resultado de disfrutar del sacrificio de Cristo. ¿Por qué? Porque sólo a quien mucho se le perdona, mucho ama.
En quinto lugar, servimos genuinamente cuando lo hacemos de forma responsable y con excelencia. No hacemos lo que hacemos forzados, hacemos lo que hacemos enamorados. No servimos a otros por obligación, servimos a otros con pasión. Para el cristiano que disfruta a Cristo, servir a otros dando lo mejor de sí es uno de sus mayores valores. ¿Por qué? Porque nuestra motivación para servir no se encuentra en si la otra persona merece nuestro servicio, la motivación para servir se encuentra en que Cristo nos ha servido. ¿Puedes verlo? ¡Experimentar el evangelio es el motor para amar y servir a los demás! No estamos hablando de creer el evangelio, estamos hablando de disfrutarlo con pasión. En Marcos 10:43-45 Jesús lo expresa claramente: “Cualquiera de vosotros que desee llegar a ser grande será vuestro servidor, y cualquiera de vosotros que desee ser el primero será siervo de todos (¿Por qué razón?). Porque ni aun el Hijo del Hombre vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”. ¿Puedes entender la enseñanza del pasaje? Sólo cuando vemos cómo Jesús nos ha servido (al morir por nosotros), somos capaces de servir de la misma forma a los demás. Sólo cuando experimentamos la incondicionalidad de Cristo, podemos ofrecer incondicionalidad (Puedes ver la misma idea en Juan 13:14,15). Servimos con pasión, entrega y compromiso. ¿Por qué? Porque eso fue exactamente lo que recibimos.
En sexto lugar, servimos genuinamente cuando no limitamos nuestro servicio a “nuestro ministerio” sino que el servir a otros ha dejado de ser una actividad y se ha transformado en un estilo de vida. Sí, sirvo en la iglesia, pero ¿sirvo a mis compañeros de trabajo? Sí, estoy comprometido con un ministerio, pero ¿estoy comprometido con ministrar sacrificadamente a mi familia? Sí, mis líderes en la iglesia saben que cuentan conmigo, pero ¿cuentan conmigo mis vecinos, mis conocidos y aún los desconocidos? Servir es un carácter más que una actividad. Bíblicamente hablando es algo que soy y no tanto algo que hago. Como nos muestra la parábola del buen samaritano (Lucas 10:30-37), todos tenemos una inclinación de vivir nuestra vida en compartimientos. En el trabajo, trabajamos. En la calle, caminamos. En la iglesia, ayudamos. Y en la casa, descansamos (Si no tienes niños pequeños, claro). El servicio genuino no es el resultado de cambios de comportamiento en ciertos ambientes, el servicio genuino es el resultado de un cambio de corazón. Servir genuinamente involucra desear servir a todos; a los miembros de la iglesia, a las personas de fuera de la iglesia; a las personas que tienen mucho, a las personas que tienen poco, a los de mi condición social y a los que no lo son; a los de mi país, a los de otro, a los de mi raza y a los que no los son.
Si al examinar nuestra vida vemos compartimentos (y sería muy poco normal que no los hubiera), debemos volver a mirar nuestro corazón y hacernos nuestra pregunta favorita; ¿Por qué? ¿Por qué en casa me cuesta servir más que en la iglesia? ¿Por qué me gusta predicar, pero me cuesta evangelizar? ¿Por qué soy diligente con mi jefe, pero me quedo sin energías con mis hijos? ¿Actúo como siervo o soy un siervo? Como hemos dicho y volvemos a insistir: piensa con el evangelio. Aplícalo a tu vida. Descubre quién eres y descubrirás cuánta ayuda necesitas.