EL EVANGELIO LO CAMBIA TODO
El evangelio no es solo el ABC, sino de la A a la Z de la vida cristiana. Es inexacto pensar que el evangelio es lo que salva a los que no son cristianos, y que los cristianos maduran al tratar duramente de vivir de acuerdo con los principios bíblicos. Es más preciso decir que somos salvos por creer en el evangelio y luego somos transformados en cada esfera de nuestras mentes, corazones y vidas al creer en el evangelio más y más profundamente a medida que la vida transcurre (véanse Ro 12:1–2; Fil 1:6; 3:13–14).
En el primer capítulo presentamos la idea de que hay dos errores que constantemente tratan de robarnos el evangelio. Por una parte, el «moralismo/religión/legalismo» recalca la verdad sin la gracia, porque reclama que debemos obedecer la verdad para ser salvos. Por otra parte, el «relativismo/irreligión/liberalismo enfatiza la gracia sin la verdad, al afirmar que todos somos aceptados por Dios (si es que hay un Dios) y cada uno tenemos que decidir lo que consideramos verdad para nosotros. Nunca debemos olvidar que Jesús estaba lleno de gracia y de verdad (Juan 1:14). La «verdad» sin gracia no es en realidad verdad y la «gracia» sin verdad no es en realidad gracia. Cualquier religión o filosofía de vida que le reste énfasis o pierda una u otra de estas verdades cae en el legalismo o en la licencia. En cualquier caso, uno u otro, nos roban la alegría y el poder y el «anuncio» del evangelio.
The Marrow of Modern Divinity [La médula de la divinidad moderna] de Edward Fisher es una descripción integral de cuán importante es tener presente a los dos enemigos del evangelio. Fisher habla de cómo el legalismo puede ser de dos clases, ya sea de clase teológica (una teología que mezcla la fe con las obras y no es clara acerca de la justificación gratuita) o simplemente la de un espíritu y una actitud moralistas. También nos advierte contra el error opuesto del antinomianismo, una actitud que tiene temor de incluso decir: «Deberían» y se refrena de insistir en que la ley de Dios debe ser obedecida.
El poder del evangelio se da en dos movimientos. El primero dice: «Soy más pecador e imperfecto de lo que nunca pensé», pero en seguida sigue: «Soy más aceptado y amado de lo que nunca esperé». El primero sobrepasa al antinomianismo, mientras que el segundo evita el legalismo. Uno de los grandes retos es vigilar ambas direcciones al mismo tiempo. Siempre que nos encontremos luchando contra uno de estos errores, es extremadamente fácil combatirlo cayendo en el otro. He aquí una prueba: si cree que uno de estos errores es mucho más peligroso que el otro, es probable que esté participando parcialmente en el que menos teme.
A diferencia del legalismo o el antinomianismo, una comprensión auténtica del evangelio de Cristo producirá transformación e integridad crecientes en todas las dimensiones de la vida que fueron manchadas por la caída. Al remover la causa principal de todas nuestras alienaciones –nuestra separación de Dios– trata también las alienaciones que fluyen de ella. El evangelio aborda nuestra mayor necesidad y produce cambio y transformación en cada aspecto de la vida. Miremos unas cuantas maneras en las que el evangelio nos cambia.
DESALIENTO Y DEPRESIÓN
Cuando una persona está deprimida, el moralista dice: «Estás quebrantando las reglas. Arrepiéntete». En cambio, el relativista dice: «Lo único que necesitas es amarte y aceptarte a ti mismo». Fuera del evangelio, el moralista trabajará en la conducta, y el relativista en las emociones… y solamente se tratarán las superficialidades y no el corazón. Si presuponemos que la depresión carece de bases fisiológicas, el evangelio nos llevará a examinarnos y dirá: «Algo en mi vida se ha vuelto más importante que Dios, un pseudosalvador, una forma de justificación por las obras». El evangelio nos dirige a abrazar el arrepentimiento, y no meramente a emplear nuestra voluntad frente a las superficialidades.
AMOR Y RELACIONES
El moralismo a menudo hace que las relaciones se vuelvan un juego de culpabilidades. Sucede cuando un moralista se traumatiza porque es severamente criticado y reacciona manteniendo una imagen de sí mismo como buena persona culpando a los demás. El moralismo puede hacer que las personas busquen el amor como la manera de ganar la salvación; obtener amor los convence de que son personas dignas. Esto a su vez crea codependencia: debes salvarte a ti mismo salvando a otros. Por otro lado, el mucho relativismo reduce el amor a una sociedad negociada para el beneficio mutuo. Usted se relaciona únicamente siempre y cuando no le cueste nada. Sin el evangelio, la opción es utilizar de manera egoísta a los demás o en forma egoísta dejar que otros lo utilicen a usted. El evangelio no nos lleva a ninguna de las dos alternativas. Nos sacrificamos y comprometemos desinteresadamente, pero no porque necesitamos convencernos o convencer a otros de que somos aceptados. Podemos amar a una persona lo suficiente como para confrontarla, y seguir con la persona incluso cuando no nos beneficia.
SEXUALIDAD
El moralista ve el sexo como algo sucio, o por lo menos como un impulso peligroso que arrastra constantemente al pecado. El relativista/pragmático lo considera meramente un apetito biológico y físico. El evangelio nos dice que la sexualidad se supone que debe reflejar la entrega de Cristo de sí mismo. Su entrega fue total, sin condiciones. De igual modo, no debemos buscar intimidad cuando no entregamos el resto de nuestras vidas. Si nos entregamos sexualmente, también debemos darnos legal, social y personalmente. El sexo es para vivirse solo en la relación permanente, total y comprometida del matrimonio.
FAMILIA
El moralismo puede hacer que una persona sea esclava de las expectativas de los padres, en tanto que el relativismo/pragmatismo no ve necesidad de la lealtad familiar ni de mantener promesas y pactos si no nos satisfacen. El evangelio nos libera de hacer de la aprobación paternal una forma de salvación sicológica al señalar cómo Dios es el Padre supremo. Si así lo entendemos, no seremos ni demasiado dependientes de nuestros padres ni demasiado hostiles con ellos.
DOMINIO PROPIO
Los moralistas nos dicen que controlemos nuestras pasiones por temor al castigo. Este es un acercamiento basado en la voluntad. Los relativistas nos indican que nos expresemos para descubrir lo que nos conviene. Este acercamiento se basa en la emoción. El evangelio nos señala que la gracia gratuita, indestructible de Dios nos enseña a decir «no» a nuestras pasiones (véase Tito 2:12) si simplemente escuchamos. Nos da nuevos apetitos y afectos. El evangelio nos lleva al acercamiento integral de la persona que comienza con la verdad llegando al corazón.
RAZA Y CULTURA
La predisposición moralista/conservadora es usar la verdad para evaluar las culturas. Sintiéndose superior a los demás en el impulso del orgullo que se justifica a sí mismo; los moralistas hacen de su cultura el ídolo supremo. El acercamiento relativista/liberal consiste en relativizar todas las culturas («Todos podemos llevarnos bien porque la verdad no existe»). El evangelio nos lleva, por un lado, a criticar de alguna manera todas las culturas, aun nuestra propia cultura (porque la verdad es objetiva y real). Por otra parte, nos lleva a reconocer que no somos moralmente superiores a nadie, porque somos salvos por gracia únicamente. En este caso, el evangelio es el gran nivelador. Tanto el pecado como la gracia nos desnudan de toda jactancia. ”Todos han pecado» (Ro 3:23, énfasis añadido del autor); «No hay un solo justo, ni siquiera uno» (Ro 3:10, énfasis agregado del autor; cf. Salmo 143:2); por consiguiente, Dios «dio a su hijo unigénito para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16, énfasis añadido del autor; cf. Marcos 16:16; Juan 3:36; 5:24; 7:38; 11:26). Porque en Cristo «ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer» (Gálatas 3:28, énfasis añadido del autor). El cristianismo es universal en el sentido de que acoge a todos, aunque es también particular al confesar que Jesús es el Señor, y la cultura y la etnicidad (o cualquier otra identidad) no lo son. Los cristianos que confían en el evangelio exhibirán convicción y compasión moral con flexibilidad.
TESTIMONIO
El moralista cree en el proselitismo porque «tenemos razón, ellos están equivocados». Este acercamiento es casi siempre ofensivo. El enfoque relativista/pragmático niega del todo la legitimidad del evangelismo. Sin embargo, el evangelio produce en nosotros una constelación de rasgos. Nos obliga a hablar del evangelio por generosidad y amor, no por un sentido de culpa. Somos liberados del miedo a ser ridiculizados o heridos por los demás, porque ya hemos recibido el favor de Dios por gracia. Nuestro trato con los demás refleja humildad porque sabemos que somos salvos únicamente por la sola gracia, no debido a nuestro conocimiento o carácter superior. Tenemos esperanza para todos, aun en los «casos difíciles», porque fuimos salvos solamente por gracia, no porque fuésemos personas con posibilidad de ser cristianos. Somos corteses y atentos con la gente. No tenemos que empujarlos ni forzarlos porque es la sola gracia de Dios la que abre corazones, y no nuestra elocuencia ni persistencia, ni siquiera su disponibilidad (Éxodo 4:10-12). Todos juntos, estos rasgos dan origen no solo a un excelente vecino en una sociedad multicultural, sino además a un amable evangelista.
AUTORIDAD HUMANA
Los moralistas suelen obedecer a las autoridades humanas (familia, tribu, gobierno y costumbres culturales) muy ansiosamente, porque confían mucho en su propia imagen como personas buenas. Los relativistas/pragmáticos o bien obedecerán a la autoridad humana en demasía (porque no tienen una autoridad mayor que les sirva para juzgar su cultura) o muy poco (ya que obedecen solo cuando saben que no pueden eludirla). El resultado es o bien un autoritarismo o un desprecio por el lugar que debe ocupar la autoridad. El evangelio provee un estándar por el cual oponerse a la autoridad humana (si esta contradice el evangelio), así como un incentivo para obedecer a las autoridades civiles con el corazón, incluso cuando podríamos evadir la obediencia. Confesar a Jesús como Señor era confesar al mismo tiempo que César no lo era. Aunque se han hecho varios estudios últimamente que debaten el tenor «antiimperial» de varios textos, es importante recalcar que la Biblia no está en contra de las autoridades gobernantes o el «imperio» como tales, sino que prescribe un reordenamiento adecuado del poder. No se trata de que Jesús usurpara el trono de César, sino que cuando dejamos que el César traspase sus límites, está usurpando el trono de Cristo y guiando a la gente a la idolatría.
CULPA E IMAGEN DE SI MISMO
Cuando alguien dice: «No puedo perdonarme», indica que alguna norma o condición o persona es más central en su identidad personal que la gracia de Dios. Dios es el único Dios que perdona; ningún otro «dios» lo hará. Si usted no puede perdonarse a sí mismo es porque le ha fallado a su verdadero dios, es decir, al que sirve para hallar su verdadera justificación y quien lo mantiene cautivo. El dios falso de los moralistas es por lo general un dios fruto de su imaginación, un dios que es santo y exigente, pero no es afable. El dios falso del relativista/pragmático es usualmente algún logro alcanzado o una relación.
Esto queda ilustrado en la escena de la película La misión en la que Rodrigo Mendoza, el antiguo mercenario traficante de esclavos caracterizado por Robert de Niro, se une a la iglesia y para mostrar su penitencia arrastra la coraza y las armas por despeñaderos. Al final, no obstante, recoge de nuevo la coraza y las armas para pelear contra los colonialistas y muere a manos de ellos. El recoger sus armas demuestra que nunca en verdad se convirtió y abandonó su vida de mercenario, así como la penitencia demostró que no entendió el mensaje del perdón en primer lugar. El evangelio trae descanso y seguridad a nuestras conciencias porque Jesús derramó su sangre en «rescate» por nuestro pecado (Marcos 10:45). Nuestra reconciliación con Dios no es asunto de guardar la ley para ganar nuestra salvación, ni de reprocharnos cuando fallamos en hacerlo. Es la «dádiva de Dios» (Romanos 6:23).
Sin el evangelio, la imagen que tenemos de nosotros mismos se basa en vivir de acuerdo con ciertos estándares, ya sean propios o impuestos por alguien más. Si vivimos de acuerdo con ellos, estaremos confiados, pero no seremos humildes; de otro modo, seremos humildes, pero no confiados. Solamente en el evangelio podemos ser muy valerosos y al mismo tiempo extremadamente sensibles y humildes, porque somos simul Justus et peccator, ¡perfectos y pecadores a la vez!
ALEGRÍA Y HUMOR
El moralismo desgasta la verdadera alegría y el humor porque el sistema nos obliga a tomar nuestro yo (nuestra imagen, nuestra apariencia, nuestra reputación) muy en serio. El relativismo/pragmatismo, por otra parte, tiende hacia el pesimismo en el transcurso de la vida debido al cinismo inevitable que crece de la falta de esperanza para el mundo («Al final, el mal triunfará porque no hay juicio ni justicia divina»). Si somos salvos por la sola gracia, esta salvación es una fuente constante y sorprendente de deleite. Nada es mundano ni realista acerca de nuestras vidas. Es un milagro que seamos cristianos y el evangelio, que crea una humildad valerosa, debe darnos un sentido mucho más profundo del humor y la alegría. No tenemos que tomarnos demasiado en serio a nosotros mismos, y estamos llenos de esperanza para el mundo.
ACTITUDES HACIA UNA CLASE SOCIAL
Los moralistas, cuando ven al pobre, suelen ver su condición como el resultado de una falta de responsabilidad personal. Por consiguiente, los desdeñan como fracasos. Los relativistas tienden a darle poco énfasis al papel de la personalidad responsable y consideran a los pobres como víctimas indefensas que necesitan que los expertos los salven. Los pobres, o se sienten fracasados o furiosamente culpan a los demás de sus problemas.
El evangelio, sin embargo, nos lleva a ser humildes, libres de superioridad moral, porque sabemos que estábamos en bancarrota espiritual, pero Cristo nos salvó con su generosidad gratuita. Nos impulsa a ser afables, a no preocuparnos demasiado acerca de la gente que obtiene lo que merece, porque somos conscientes de que ninguno de nosotros merece la gracia de Cristo. Asimismo, nos inclina a respetar a los creyentes cristianos pobres porque son nuestros hermanos y hermanas en Cristo, personas de las que podemos aprender. El solo evangelio nos hace respetar humildemente al pobre y solidarizarnos con él (véanse Sal 140:12; 146:9; Pr 14:31; 21:13; 22:22–23; 29:7).
En Santiago 1:9–10, el cristiano pobre «debe sentirse orgulloso de su alta dignidad», y el cristiano rico «de su humilde condición. El rico pasará como la flor del campo». En este pasaje, Santiago dirige el evangelio a la conciencia de clase de sus oyentes. Cada uno en Cristo es al mismo tiempo un pecador merecedor de la muerte y un hijo adoptivo de Dios, totalmente aceptado y amado. Pero Santiago sugiere que el creyente rico podría beneficiarse espiritualmente cuando piensa en su condición de pecado ante Dios, ya que en el mundo es objeto de mucha exaltación. El creyente pobre, sin embargo, se beneficia espiritualmente cuando piensa acerca de su nueva alta condición espiritual, porque del mundo no recibe otra cosa que desprecio.
En un movimiento similar y extraordinario, Pablo le dice a Filemón, el amo del esclavo cristiano, que su esclavo Onésimo debe ser tratado como «persona y como hermano en el Señor» (Filemón 16). Por lo tanto, Pablo le dice cómo debe recibir y tratar a su esclavo: «recíbelo como a mí mismo» (v. 17). Al enseñar que los cristianos que entienden el evangelio deben entender y ejercer el poder de manera radicalmente distinta, Pablo socava profundamente la mismísima institución de la esclavitud. Cuando el amo y el esclavo se reconocen mutuamente como pecadores salvados por gracia y hermanos amados, «la esclavitud es abolida incluso si la capa externa institucional permanece». El evangelio «vació [la esclavitud] de su contenido interior»
La mayor parte de nuestros problemas en la vida provienen de una falta de orientación adecuada al evangelio. Patologías de la iglesia y patrones pecaminosos en nuestras vidas individuales surgen, en último término, por no analizar detenidamente las profundas implicaciones del evangelio y no llegar a comprender y creer el evangelio a carta cabal. Puesto de manera positiva, el evangelio transforma nuestros corazones y nuestra manera de pensar y cambia nuestros acercamientos a absolutamente todo. Cuando se explica y se aplica el evangelio en su totalidad en cualquier iglesia, esa iglesia será singular. La gente encontrará en ella un palpitante y atractivo equilibrio, de convicción moral y compasión.
A. Carson escribe lo siguiente:
“El evangelio se presenta generalmente no solo como verdad que debe recibirse y creerse, sino como el mismo poder de Dios para transformar (véanse 1 Corintios 2; 1 Tesalonicenses 2:4; [Ro 1:16–17]) […]”.
Una de las cosas que hoy se necesitan con mayor urgencia es un tratamiento cuidadoso de cómo el evangelio, entendido bíblica y ricamente, debería moldear todo lo que hacemos en la iglesia local, toda nuestra ética, todas nuestras prioridades.
¿Pero cómo sucede esto? ¿Cómo sería en realidad una iglesia que cree en la centralidad del evangelio? ¿De qué manera cambia una iglesia, o incluso un grupo de iglesias, para convertirse en una comunidad de fe centrada en el evangelio? Debe haber en primer lugar una recuperación que cambia vidas del evangelio; un avivamiento en la vida de la iglesia y en los corazones de los individuos. A esto lo llamamos renovación del evangelio (Todas las anteriores citas son una compilación de los pensamientos de Tim Keller).