El evangelio nos salva. Uno de los resultados más preciosos de creer el evangelio es la promesa que Dios nos hace de estar toda la eternidad junto a él. La Biblia afirma: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en Jesús, para que sepáis que tenéis vida eterna” (1 Juan 5:13). Como podemos ver en este pasaje, la Biblia nos muestra que Dios desea que todos los que realmente hemos creído en Jesús podamos disfrutar del regalo de estar para siempre con él.
Tristemente, muchas personas asocian el cielo como una nube blanca donde, como angelitos con alas, tocamos un arpa por siempre jamás. También piensan que el infierno es una enorme caverna con un fuego rojo, donde el diablo con cuernos, cola larga y un gran tridente nos espera. Si bien la Biblia utiliza distintas imágenes para describir el futuro de la humanidad, estas dos caricaturas no representan acertadamente lo que las Escrituras enseñan.
Ser salvos e ir al cielo es, en esencia, tener la posibilidad de ver a Dios cara a cara y disfrutar en plenitud de su persona por la eternidad (Apocalipsis 22:5). Si lo piensas un momento, sería muy difícil concebir un regalo más precioso.
Para el hombre y la mujer de hoy, pensar en la vida eterna suele sonar como una fantasía, un mito o una bonita historia para niños; sin embargo, pocas cosas tienen mayor relevancia. Cuando murió la esposa del famoso escritor cristiano C.S. Lewis (el autor de “Las crónicas de Narnia”) su fe fue probada como nunca antes. Pasó por un tiempo de profundo dolor, duda y oscuridad. En unos de sus libros él mismo escribe: “Me dicen que está en paz. ¿Cómo pueden estar seguros?”. Sin embargo, luego de ese período de lamento y desesperación, su fe volvió a resurgir y escribió las siguientes palabras: “Si ella ya no existe, entonces nunca existió. Me equivoqué al pensar que una nube de átomos era una persona. Y si la vida acaba con la muerte, entonces no tiene mucho significado”.
El evangelio nos cambia. Normalmente cuando pensamos en el evangelio solemos concluir que sólo es necesario para las personas que no son creyentes y necesitan salvación. La Biblia afirma que no es así. El evangelio es una necesidad imperiosa para los creyentes y no creyentes por igual. Permítenos explicártelo usando una ilustración.
Cada mañana cuando nos despertamos solemos repetir algunos hábitos. Apagamos el despertador, nos dirigimos al baño aún dormidos, encendemos la luz, y nos acercamos al espejo para intentar reparar los “daños” que ha dejado la noche en nuestra cara. Al hacerlo, somos confrontados con nuestras arrugas, con el pelo despeinado y con los muchos defectos que nos gustarían que no estuviesen allí. Mientras la luz está apagada y nos mantenemos lejos del lavabo, esos defectos parecen no existir. Sin embargo, cuando encendemos el interruptor, somos expuestos a la realidad. De esta misma forma, cuanto más crecemos en nuestra vida espiritual y más nos acercamos a la Luz (Dios), más nos damos cuenta de nuestras imperfecciones y defectos (Santiago 1:22-25). Como consecuencia de esta nueva luz, recibimos progresivamente la capacidad de ver nuestra necesidad de perdón y la incapacidad o falta de poder para cambiar estos defectos. En otras palabras, somos despertados nuevamente a necesitar más del evangelio de la gracia.
Entonces, ¿cómo nos cambia? En primer lugar, el evangelio me permite aceptar que yo soy el problema. Si hablamos honestamente con cualquier matrimonio que haya estado casado durante unos cuantos años (o con cualquier persona que tenga compañeros de trabajo) encontraremos que muy posiblemente se culpen el uno al otro por sus discusiones y peleas. La esposa dice: “Me pone de los nervios que no recoja su ropa. Nunca lo hace” (es decir, el marido es el responsable de su enfado, no ella). Por su parte, el marido dice: “Le grito porque si no es imposible que me escuche” (es decir, la esposa es responsable de sus gritos, no él). Alguien una vez utilizó una ilustración muy gráfica para expresar una gran verdad. Imagina que una persona tiene en su mano una botella de agua mineral abierta y la sacude. Cuando lo hace, toda el agua se vuelca fuera del envase salpicando todo a su alrededor. Entonces la persona pregunta: “¿Por qué se derramó el agua del envase?” “Porque usted la ha sacudido”; suele ser la respuesta más normal. Entonces la persona responde: “No. Porque estaba llena de agua. Si hubiera estado vacía o llena de Coca-Cola, jamás hubiera salido agua al sacudirla”. Esta ilustración expresa en forma inmejorable las palabras de Jesús en Lucas 6:45: “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo que es bueno; y el hombre malo, del mal tesoro saca lo que es malo; porque de la abundancia del corazón habla su boca”.
¿Qué está diciendo Jesús? Lo mismo que muestra nuestra ilustración. Que el problema no son las personas ni las circunstancias que me sacuden, el problema soy yo que cuando me sacuden respondo pecando. Piensa lo siguiente ¿Cómo reaccionó Jesús cuando lo escupieron? ¿Cómo reaccionó Jesús cuando lo maltrataron? ¿Cómo reaccionó Jesús cuando dijeron mentiras de él y lo acusaron falsamente? (1 Pedro 2:23,23). Ahora tú puedes estar pensando: “pero reaccionar como Jesús es imposible”. Justamente esto es lo que el evangelio nos recuerda. Nunca voy a poder responder como Jesús con mis propias fuerzas. ¡Jamás podré vivir como él!
Esta verdad me confronta y me libera. Me confronta porque me hace responsable de mis reacciones y respuestas. Yo soy el que no vive como Cristo. Yo soy el que responde con enfado, ira, mentira y de otras muchas formas a pesar de que los demás me hieran o las circunstancias sean provocadoras (¿Qué circunstancia puede ser más desafiante que, pudiendo escapar, estar dispuesto a enfrentar falsos cargos y ser azotado y crucificado sin decir una sola palabra?). Pero, por otro lado, me libera porque me recuerda una de las verdades más importantes para crecer en la vida espiritual: La vida cristiana no es difícil de vivir, ¡la vida cristiana es imposible de vivir! Vuelve a leer detenidamente esta frase. ¡Sus implicaciones son enormes! Jamás, por más que me esfuerce, podré vivir como Dios espera de mí (cualquier persona que ha estado casada, tiene hijos o compañeros de trabajo sabe que es así). Si entiendo el evangelio, ¡esto es tremendamente liberador!
Dios no me da un mandamiento y me dice: “Ve y vívelo”. Dios me da un mandamiento y me dice: “No puedes vivirlo. Te entiendo. Déjame darte las fuerzas que no tienes para que puedas vivirlo”. Pero, ¿Cómo? ¿Cómo me da la fuerza para vivirlo? (gracias por preguntar. Lee detenidamente la frase que sigue).
El evangelio me permite aceptar el perdón y el poder de Dios que necesito para cambiar. ¿Te das cuenta que buena noticia? Cuanto más crecemos en nuestra vida cristiana más nos damos cuenta de lo mucho que todavía necesitamos crecer y cambiar. Vemos nuestras respuestas y sabemos que somos culpables. Pero de repente miramos a Dios y él todavía nos ofrece el perdón incondicional que necesitamos y nos mira con compasión diciendo: “Te amo, hijo. Te amo, hija. Te quiero y te acepto a pesar de lo que has hecho. Yo ya sabía cómo responderías. Yo ya sabía lo que harías. Pero mira mis manos y mis pies atravesados. Mira mi costado, mis azotes, mi corona de espinas. Te amo y siempre lo haré. Aunque vuelvas a alejarte, y vuelvas a darme la espalda. Recuerda mi amor. Mira mi cruz y recibe mi perdón”.
Creer, o mejor dicho, experimentar la incondicionalidad del amor de Dios ¡cambia! Sí, el evangelio genera convicción de pecado, pero también convicción de que soy mucho más amado y aceptado de lo que jamás soñé. ¿Puedes imaginarte lo que sucede a continuación? Ver la bondad de Dios nos transforma (2 Corintios 3:18). Ver su perdón nos conmueve y nos lleva a recordar lo triste y miserable que es nuestra vida cada vez que estamos lejos de él. De esta forma, volvemos a elegir a Dios nuevamente porque es mucho más bueno y atractivo que cualquier otra cosa que el mundo tiene para ofrecernos.
Cuando vivimos nuevamente esta experiencia, el Espíritu Santo (que había sido entristecido o “empequeñecido” en nuestro corazón producto de nuestro pecado), vuelve a tomar el control de nuestra vida y nos da una capacidad nueva y fresca para comenzar a vivir la vida cristiana con un nivel de entusiasmo y energía sin igual (1 Corintios 15:10). ¿Es nuestro esfuerzo que ahora nos hace no gritar o no mentir? ¡Claro que no! Es estar disfrutando de Cristo, lleno de su amor y lleno de su Espíritu lo que nos da un poder no normal para vivir y responder frente a las circunstancias de nuestra vida de una manera que nosotros solos jamás podríamos (Juan 15:5).
De esta forma, como ha dicho Tim Keller: “El evangelio no es solo el ABC, sino de la A a la Z de la vida cristiana. Es inexacto pensar que el evangelio es lo que salva a los que no son cristianos, y que los cristianos maduran al tratar duramente de vivir de acuerdo con los principios bíblicos. Es más preciso decir que somos salvos por creer en el evangelio y luego somos transformados en cada esfera de nuestras mentes, corazones y vidas al creer en el evangelio más y más profundamente a medida que la vida transcurre” (puedes leer el artículo completo aquí).