CUANDO EL DESEO NO ESTÁ PRESENTE
¿Qué debería hacer cuando he intentado volver a experimentar el evangelio, pero todavía lo siento como algo lejano? ¿Debería, por ejemplo, perdonar a alguien, aunque no lo sienta o leer la Biblia y orar, aunque no lo desee?
Para responder esta pregunta debemos recordar una de las verdades teológicas más importantes: vivimos en el “ya pero todavía no”. Sí, el Señor ya ha venido y ha introducido su Reino en el mundo y en los que creen en Él. Pero, sin embargo, él todavía no ha restaurado todas las cosas y nuestra glorificación aún ha de consumarse. Este “mientras tanto” nos deja viviendo en una constante tensión entre lo que podemos ser en Cristo y lo que un día seremos. No debemos exigir, de este lado de eternidad, realidades que están reservadas para cuando la perfección haya sido consumada. Naturalmente tendremos diversos momentos desánimo, falta de deseo e incluso de inusitada lejanía de Dios (aquello que los místicos han llamado “la noche oscura del alma”). Siempre tendremos motivaciones mixtas y una medida de ceguera al buscar obedecerle. ¿Cómo debemos, entonces, responder en una situación así (asumiendo que ya hemos aplicado concienzudamente el paradigma del evangelio)? Sugerimos cuatro consejos.
En primer lugar, debemos confesar la frialdad de nuestro corazón. Los sentimientos y las emociones del corazón ¡sí importan! Dios ha dejado de capturar nuestro ser y merece el reconocimiento que esto ha sucedido. Podemos ir a Él sin tapujos y decirle cómo nos sentimos (David lo hacía así en los Salmos).
En segundo lugar, debemos pedirle que nos devuelva el gozo de vivir para Él. Cuando uno realmente quiere algo pide, busca, llama (Mateo 7:7-12). Jesús nos asegura que Dios está dispuesto a responder esta clase de pedidos. La insistencia, como muestra la viuda de la parábola, es un valor para Dios y una forma de mostrar que realmente queremos algo (Lucas 18:1-8).
En tercer lugar, debemos continuar haciéndonos la pregunta: ¿por qué? ¿Por qué mi corazón está frío? ¿Por qué no siento ganas de perdonar? ¿Por qué he perdido la pasión por leer la Biblia y orar? Responder honestamente estas preguntas nos permitirá descubrir qué ha cautivado nuestro corazón. Debemos recordar que los seres humanos SIEMPRE estamos amando algo. Nuestro corazón siempre busca una razón de vivir. Esta razón puede variar en cuestión de minutos. En un determinado momento mi razón de vivir puede ser ver un partido de fútbol, en otro tener razón en una discusión y pasado unos minutos puedo estar viviendo para mostrar que soy una persona muy espiritual. Puesto que nuestro corazón constantemente nos engaña (Jeremías 17:5), muchas veces no nos damos cuenta qué es lo que está deteniendo nuestro crecimiento espiritual. Es como si tuviéramos una cadena invisible fijada a nuestro tobillo y estuviéramos intentando caminar. Vemos que no podemos avanzar, pero no nos damos cuenta qué es lo nos frena. Preguntarnos por qué nos ayuda a hacer visible esta cadena. Identifica el problema de raíz. Nos ayuda a ver, por ejemplo, que la razón por la cual no podemos perdonar es porque nuestra reputación ha sido destrozada y eso nos tiene atados a nuestra amargura (idolatría a la imagen). Nos ayuda a ver que, quizás, no tenemos ganas de leer la Biblia o de orar porque nos acostamos tarde todas las noches viendo nuestra serie favorita de televisión (idolatría a la diversión). Preguntarnos por qué nos ayuda a identificar a qué le estamos entregando nuestro amor. Ver nuestro ídolo es el comienzo del cambio. ¿Por qué? Porque cuando veo mi enfermedad puedo ir al Médico en busca de ayuda.
Como veremos a continuación, debemos hacer lo que Dios nos pide aún si no sentimos ganas de hacerlo, pero hasta recuperar el gozo de disfrutar a Jesús no dejemos de hacernos la pregunta que puede traer a la superficie nuestro problema más profundo. Finalmente, debemos hacer aquello que no sintamos ganas de hacer confiando que a su tiempo, él reavivará el deleite.
Tim Keller ilustra muy gráficamente este concepto:
“Suponga que un pajarito se cae del nido dentro de la línea de visibilidad de un zorro. El pájaro todavía no puede volar (de ahí la caída), pero hay un agujerito protector en la base del árbol al que puede escabullirse. El zorro arranca y se apresta a perseguir al pájaro. ¿Qué debe hacer el pajarito? Claro, debe saltar al agujero para evitar el peligro inminente. Pero si con el paso del tiempo lo único que hace el pajarito es saltar, nunca aprenderá aquello para lo que fue diseñado: volar. Y al final seguramente lo cazarán los depredadores de los que fue diseñado para escapar… A corto plazo, debemos sencillamente obedecer a Dios porque es su derecho y se le debe. Pero a largo plazo, la mejor manera de moldear nuestras vidas y escapar de la influencia mortal de los pecados que nos asechan es la de motivar el corazón con el evangelio”.
Dios nos ha llamado a volar (Isaías 40:31). Él espera de nosotros una vida que solamente puede ser explicada sobrenaturalmente. No pretendemos afirmar que viviremos siempre así, pero sí pretendemos progresar, por su gracia, en esa dirección y no contentarnos con un estilo de vida que no nazca de un sincero amor por Dios. Como ha dicho C.S. Lewis:
“Partiendo de que la cosa es en sí misma correcta, mientras más le guste y mientras menos tenga uno que “tratar de ser bueno”, mejor. Un hombre perfecto nunca actuaría por el sentido de responsabilidad; siempre desearía la cosa correcta más que la incorrecta. La responsabilidad es solo un sustituto del amor (de Dios y de otras personas), como una muleta, que es un sustituto de una pierna. La mayoría de nosotros necesita una muleta algunas veces; pero por supuesto ¡es de tontos usar las muletas cuando nuestras piernas (nuestro propio amor, gustos, costumbres, etc.) pueden hacer el viaje por sí mismas!”.
Sí, en algunas ocasiones debemos obedecer, aunque el deseo no esté presente y la pasión por Cristo parezca estar muy lejana. Pero, por encima de todo, debemos apropiarnos de las promesas que Cristo compró en la cruz por nosotros de modo que vivamos conscientes que “su divino poder nos ha concedido todo lo que necesitamos para vivir como él espera” (2 Pedro 1:3) y que el mismo poder que obró “en Cristo cuando le resucitó de entre los muertos y le sentó a su diestra en los lugares celestiales” está a disposición nuestra. Esa es nuestra esperanza, su poder, no el nuestro. Su incondicionalidad, no nuestra fidelidad. Su amor, no nuestro esfuerzo.
Como ha dicho John Owen:
“Las provisiones de la ley, el temor de la muerte, el infierno, el castigo y el temor del Señor, deberían ser atesorados en el corazón. Sin embargo, estas provisiones son conquistadas más fácilmente; por sí mismas nunca se mantienen firmes en contra de los asaltos de la tentación: estas provisiones son conquistadas cada día. Un corazón armado con ellas resistirá por un tiempo en contra de la tentación, pero muy pronto se dará por vencido. Estas provisiones deberían ir acompañadas por una conciencia del amor de Dios. ¿Qué necesita usted atesorar en su corazón para vencer la tentación? Usted necesita una conciencia del amor de Dios en Cristo; un conocimiento del propósito eterno de su gracia; un deleite en la sangre de Cristo y en su amor para morir por nosotros. Llene su corazón con un deleite en los privilegios ganados por la muerte de Cristo: nuestra adopción, nuestra justificación, nuestra aceptación, etc. Llene su corazón con pensamientos de la belleza de la santidad, el don comprado por Cristo, el gran propósito final de su muerte; “para que seamos santos y sin mancha delante de Él, en amor” (Efesios 1:4). El corazón equipado con tales riquezas tendrá (en el curso ordinario de andar con Dios) grande paz y seguridad de las distracciones de las tentaciones”.