Piénsalo un momento. ¿Por qué un hombre mira pornografía? ¿Por qué un empleado miente en su trabajo? ¿Por qué una mujer compra ropa con su tarjeta de crédito cuando realmente no tiene dinero para hacerlo? Desde una perspectiva cristiana, la respuesta a estas tres preguntas es siempre la misma. Porque hay algo que esa persona disfruta más que su relación de cercanía con Jesús. Puede ser que la persona disfruta el sexo, que anhela tener la seguridad y estabilidad que le provee su trabajo, que valora demasiado su imagen y la opinión de los demás u otras cosas. Pero en esencia hacemos aquello que Dios no desea porque estamos convencidos de que nos va a dar placer (¡Nadie en su sano juicio elige hacer cosas que le harán sufrir!). La razón por la que vivimos de esta forma es que estamos engañados. Pensamos que esas cosas nos harán felices, pero, como hemos visto en los valores anteriores, son ídolos engañosos que nos dejan vacíos, sedientos y adictos.
El reconocido autor John Piper escribió:
“La lujuria es alejarnos de Dios para buscar satisfacción en el sexo…La codicia es alejarnos de Dios para buscar satisfacción en las cosas… La impaciencia es alejarnos de Dios para buscar satisfacción en nuestros propios planes… La amargura es alejarnos de Dios para buscar satisfacción en la venganza… La ansiedad es alejarnos de Dios para buscar satisfacción en controlar nuestra vida… El orgullo es alejarnos de Dios para buscar satisfacción en nosotros mismos. En resumen, la incredulidad es alejarnos de Dios y de su Hijo a fin de buscar satisfacción en otras cosas”.
La Biblia nos muestra que sólo cuando Jesús llega a ser nuestra perla de gran precio, es decir, aquello que más disfrutamos; sólo entonces somos capaces de abandonar cualquier pseudo-placer que el mundo pueda ofrecernos (Mateo 13:45,46). De esta forma, sólo cuando estamos disfrutando verdaderamente de Jesús, somos libres de la esclavitud de caer una y otra vez en los mismos ciclos de adicción que prometen darnos vida y terminan dejándonos vacíos (Romanos 6:14). ¿Por qué? ¿Porque nos hemos esforzado en rechazar el pecado? ¡No! Porque estamos disfrutando algo tan precioso que rompe el poder de magnetismo que el pecado tenía sobre nuestra vida. Ahora el Espíritu Santo está a gusto en nuestro corazón y comienza a poner en nosotros anhelos e inclinaciones que antes no teníamos. Poco a poco, comenzamos a ser más pacientes, más mansos, más fieles, etc.; porque el Espíritu de Dios está actuando en nosotros. Estos cambios son el fruto de su obra en nuestro corazón resultado de que estamos disfrutando de Él (Gálatas 5:22-24).
Por otro lado, disfrutar a Jesús es absolutamente esencial porque, al hacerlo, estamos diciendo que Jesús es valioso para nosotros. Es decir, le estamos glorificando (que es el término bíblico para indicar que algo es valioso). Si lo piensas por un momento, el hombre que disfruta el fútbol (aunque no lo diga) está gritando con su vida que el fútbol es valioso y que es digno de que él le entregue su tiempo, su dinero y su atención. Lo mismo sucede con una persona que valora su imagen, su éxito laboral o un título universitario. ¿Cuántas horas, desvelos y esfuerzo nos roban cada uno de ellos? Cada vez que disfrutamos profundamente algo, le estamos atribuyendo valor. Cada vez que encontramos placer en algo estamos gritando: “¡Esto es muy valioso para mí!”.Dios es el ser más valioso del universo. Nada ni nadie tiene tanto valor como Él. Cuando Él nos llama a glorificarle nos está invitando a disfrutar de Él. Pero, ¿cómo podemos hacer para disfrutarlo? La respuesta es muy simple pero muy profunda: volviendo a experimentar el evangelio.
Como hemos expresado en nuestro primer valor, el evangelio nos confronta. Como hemos ampliado en nuestro segundo valor, examinar nuestras motivaciones y descubrir nuestros ídolos profundiza el dilema. No somos cristianos acabados (Filipenses 3:14,15). Todavía estamos en proceso de llegar a ser aquello que fuimos llamados a ser. Sin embargo, saber esta verdad y sentir esta verdad son dos cosas totalmente diferentes. Decir que todavía soy un pecador y experimentar convicción de pecado, son cosas muy distintas. Afirmar que todavía peco es muy diferente a sentir una profunda contrición porque le he gritado a mi cónyuge o a mis hijos. Como enseña Cristo en el sermón del monte, la verdad más importante en la vida cristiana es ver nuestra pobreza espiritual (Mateo 5:3). Nadie aprecia un médico cuando está sano. Todos anhelan uno cuando se dan cuenta de su enfermedad. No puedo disfrutar a Jesús, si primero no lloro por mi inclinación diaria a alejarme de él.
Nuestro gran desafío como cristianos es volver a experimentar diariamente las emociones del día de nuestra conversión (Apocalipsis 2:4). Es decir, las dos grandes realidades y verdades que vimos aquel día y que el evangelio nos recuerda: “Soy un gran pecador, pero Dios es un gran Salvador”. Cuando el evangelio deje ser un bonito recuerdo, como el de un socorrista que ha rescatado nuestra vida hace diez años, y nos demos cuenta que nos ha sacado de lo oscuro de las profundidades hace diez minutos; entonces Cristo volverá a ser valioso para nosotros y no desearemos hacer otra cosa que glorificarlo.
¿Qué debo hacer si mi deseo de Jesús no está presente? Si deseas profundizar en esta pregunta puedes mirar aquí para leer un breve artículo que seguramente te ayudará.