En primer lugar, debemos desarrollar el hábito de preguntarnos con regularidad: ¿Por qué? Quizás esta sea la pregunta más importante que todo cristiano necesite hacerse para progresar en su vida espiritual. ¿Por qué estoy dando dinero? ¿Por qué me enfado con mi marido o mujer? ¿Por qué quiero tener un trabajo mejor? Jesús comienza el sermón del monte desafiándonos o, mejor dicho, ordenándonos a reflexionar en esta pregunta… ¿Por qué?
Si estudiamos con detenimiento Mateo 6:1-18 llegaremos a la conclusión de que el tema principal de esta sección no es la ofrenda (como pareciera indicar 6:24), ni la oración (como pareciera mostrar 6:5-15), ni el ayuno (como pareciera señalar 6:15-18). El tema principal de estos tres párrafos está definido y resumido en el primer versículo del capítulo: “Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos”. Jesús no está hablando de la necesidad de ofrendar. Jesús está llamando a sus oyentes a reflexionar en la motivación que los lleva a ofrendar. Jesús no está enfocado en desafiarlos a orar. Jesús está enfocado en que sus seguidores busquen descifrar qué es lo que los lleva a orar. Jesús no está centrado aquí en que la gente ayune. Lo que Jesús está intentando hacer es que sus discípulos se cuestionen: “¿Yo, por qué ayuno?”.
¿Por qué? es la gran pregunta que nos lleva a desenmascarar nuestra realidad interior y es, justamente, el tema primario que Jesús desarrolla en esta sección de Mateo. A través de este pasaje descubrimos que una persona puede estar haciendo cosas “espirituales” sin ser realmente un hombre o una mujer espiritual. Según nuestro Señor, el Padre ve y evalúa no tanto qué es lo que hacemos externamente, sino por qué lo hacemos; es decir, qué es lo que internamente nos está motivando a hacer cosas buenas.
Descubrir nuestras motivaciones es esencial puesto que, al hacerlo, llegamos a descubrir aquello que nuestro ser interior realmente ama. En este pasaje encontramos que es posible obedecer los mandamientos (tales como ofrendar, orar y ayunar) sin estar obedeciendo el Gran Mandamiento (Mateo 22:37,38). Si uno ayuna para que los demás lo vean, lo que realmente ama es la gloria de los hombres y, al hacerlo, se está amando a sí mismo; puesto que uno es el beneficiado de tal acción. Por otro lado, si uno ayuna para poder separar un tiempo especial y exclusivo para estar a solas con Dios, lo que realmente ama es a Dios y disfrutar de su presencia. De esta forma, una pregunta alternativa o adicional para hacernos además de ¿Por qué? sería: ¿A quién estoy amando con esta acción?
En segundo lugar, debemos intentar identificar cuál es el ídolo escondido que nos motiva. Como expresamos arriba, al hacernos la pregunta ¿Por qué? salimos de la superficialidad del comportamiento y nos adentramos en las profundidades del corazón (¡Lo que a Dios realmente le interesa!). Al responder con honestidad esta pregunta poco a poco aprenderemos a identificar lo que la Biblia denomina ídolos. Dicho de una manera simple, un ídolo es aquello que ha cautivado los afectos de nuestro corazón y se ha transformado en nuestros objetivos de vida. Es decir, aquello que amo con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas. Algo o alguien, sea bueno o malo, al que le entregado el lugar de Dios.
Por ejemplo, que la gente piense bien de nosotros. Como hemos visto en el ejemplo de Mateo 6, una persona cristiana tiende a hacer muchas cosas buenas por esta razón. ¿Por qué? Porque en los círculos cristianos hacer cosas buenas (como dar dinero y orar) está muy bien visto. Sin embargo, es muy poco probable que esa misma persona presuma de su vida de oración cuando está tomando unas cervezas con sus amigos, desayunando con sus compañeros del trabajo o con otras mamás en la puerta del cole. ¿Por qué? Pues porque en esos círculos se valoran otras cosas. Y, de hecho, es muy probable que esa misma persona que rápidamente nos cuenta en la iglesia cuanto ora, sienta mucha vergüenza al hablar del mismo tema en una boda o en un bar. ¿Por qué? Porque anhela que la gente piense bien de él o de ella y en ese contexto se valoran otras cosas.
En la mayoría de los casos, nuestros ídolos están escondidos y somos incapaces de reconocerlos a menos que hagamos el esfuerzo de meditar meticulosamente en por qué respondemos cómo respondemos. Sí, me enfado con mis hijos porque han montado un espectáculo en el centro comercial. Pero, ¿Por qué me enfado? ¿Me enfado porque me interrumpieron cuando estaba hablando con una amiga y no me dejaron terminar de contarle los detalles de mi nuevo peinado (idolatría de la imagen)? ¿Me enfado porque me molesta tener que ir al baño para hablar en privado con ellos y disciplinarlos (idolatría de la comodidad)? ¿Me enfado porque he visto que la gente me ha mirado con cara rara después de que los niños gritaran (idolatría de la aprobación)? ¿Me enfado porque pasé tiempo hablando con mis hijos y cerraron la tienda que estaba en rebajas donde quería comprar (idolatría al dinero)? ¿Me enfado porque el retraso no me ha dejado terminar las tareas que tenía planeadas para esa tarde (idolatría a las metas o al éxito)? ¿Me enfado porque otros miembros de la iglesia estaban allí y se dieron cuenta que perdí los estribos (idolatría a la santidad)? ¿Me enfado porque ver a mis hijos peleando me trae recuerdos de mi niñez y me destroza lo mucho que he trabajado sin éxito para no repetir el modelo de mis padres (idolatría a la familia)? ¿Me enfado porque me aterroriza tener que confrontar a alguien cuando hace algo doloroso por miedo a perderlo (idolatría a de las relaciones)? La lista podría continuar indefinidamente pero creo que ya captas la idea. ¿Qué es aquello que en este momento (mañana puede ser otra cosa) amo con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mi fuerzas; que pienso que sí o sí debo obtener y si no lo obtengo me mueve a responder de la manera que respondo? (En el ejemplo de arriba la conducta pecaminosa fue enfado, pero de la misma forma podría haber sido mentir, esconderse, fingir disimuladamente que no son mis hijos, chantajear a los niños con un regalo para que dejen de gritar, amenazarlos, usar palabras hirientes y hacerlos sentir culpables, etc. Si lo piensas un momento, cualquiera de estas acciones incorrectas estará motivada por el ídolo que en ese momento nos domine).
Preguntarnos por qué e identificar nuestros ídolos, sacará a la luz las motivaciones verdaderas de nuestro corazón y nos confrontará con la realidad de que, seamos cristianos de muchos años o recién convertidos, todavía necesitamos el perdón cotidiano que ofrece el evangelio de la cruz.
Como vimos en el primer valor, la única forma de cambiar nuestras motivaciones es volviendo a experimentar el evangelio. Una adicción -el amor al dinero- sólo puede ser vencida por una adicción mayor -el amor a Cristo-, amor que recuperamos después de sentir convicción de pecado y de que él nos perdone (Mira como ejemplo el caso de Zaqueo en Lucas 19:1-10). Como veremos en próximo valor, sólo cuando volvemos a disfrutar a Jesús y él se transforma en aquello que amamos con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas; dejamos de ser controlados por nuestras viejas pasiones (la opinión de otros, la comodidad, nuestra imagen, etc.) y ya no tendremos necesidad de gritar, mentir, o manipular a nuestros hijos; es decir, cambiará tanto nuestro corazón como nuestro comportamiento.